La tiendita de Don José


Por Flora Tanús
Mis padres, fueron dos inmigrantes que llegaron del lejano oriente, mejor dicho del Líbano, a esta bendita tierra argentina, afincándose en nuestra muy querida ciudad. Mi padre, como se acostumbraba antes o mejor dicho por propia iniciativa, cargó mercaderías al hombro y salió a vender al campo, recibiendo el apodo, diría cariñoso, del el “turco Tanús”; sin reparar en las jornadas de intenso frío y en agobiante calor.

Pasó el tiempo, no mucho, entonces en 1910, en la actual esquina de Pellegrini y Brown, nacía la tienda “El Sol”, la primera del barrio de la Estación y la primera hija que, desde muy pequeña, ayudó a sus padres en la tienda.

Ellos fueron admirables por su tesón, honestidad y siempre pensé que – sin saber leer ni escribir – de lo que fueron capaces, y me siento muy orgullosa de lo que lograron gracias a su perseverancia y trabajo diario.

Formaron una familia numerosa de doce hijos. A medida que pasaban los años la tienda se agrandaba, mi padre ya no iba al campo; venían los campesinos en sulky a la tienda del barrio, a comprarle al “turco Tanús”. Pese al carácter fuerte de mi padre, supo cosechar muchos amigos que venían a la tienda y él los convidaba con mate.; se había arraigado mucho a las costumbres argentinas. Mi padre fue muy hospitalario con todos aquellos que lo visitaban y compartía con ellos distintas anécdotas, entre ellas cuando corría a los chicos que jugaban al fútbol frente a su negocio diciéndole “vayan a estudiar”, a los jóvenes que miraban a las chicas que pasaban por allí, fue cómplice de muchos noviazgos. ¡A cuántas novias les vendió el ajuar!

Como soy la mas chica de mis hermanos, todos estos recuerdos lo transmito a través de lo que me contaron ellos, pero esas cosas quedaron grabadas en mi corazón; entre ellas como a principio de este siglo entraban las carretas que venían desde distintos puntos del país y paraban en la plaza “Plaza del Marchamo”, conocida después por plaza “23 de Noviembre”. Allí se realizaban ferias; los paisanos que la conducían llegaban a la tienda a comprar ponchos, por los crueles inviernos que se sentían entonces.

Yo adolescente, tengo en mi memoria a la gente (braceros), que venían de Santiago del Estero para la cosecha de maíz y de duraznos. Estos compraban mercaderías para llevar a sus familias, comentando que con lo que ganaban en su trabajo podían vivir el resto del año. ¡Qué seres humanos tan sencillos que se conformaban con poso! Para mi fue un ejemplo de nobleza ver que la felicidad no consiste en tener materialmente mucho, sino la alegría que estos irradiaban su felicidad.

Al contar esta sencilla historia tan lejana pero que la siento muy cerca, doy gracias a Dios que echó raíces en el corazón de cada miembro de esta familia y después de 85 años de fecundo trabajo, cuando se bajaron sus persianas, quedaron en el recuerdo de muchos clientes y amigos.

Lo escribí con el corazón y con amor evoqué a mis queridos padres y al muy querido Barrio de la Estación, que me hizo tan feliz por la sencillez de su gente, por afecto que supieron brindar, por su calidez y por el valor humano que tiene cada uno y el de tener la suerte de percibirlo diariamente.

¡Gracias querido Barrio de la Estación…!

* Del libro “Pequeñas Historias de la Estación y su Barrio, por Sonia Riva de Mengarelli y otros autores - 2003




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